La evolución de la acuarela y sus materiales en el siglo XIX
Enric Carranco


Manuales de arte: ¿una ayuda o una trampa?
En el siglo XIX, el arte estaba en pleno auge y con él surgieron numerosos manuales que prometían enseñar las técnicas artísticas de forma rápida y sencilla. Con títulos grandilocuentes, garantizaban al lector que dominaría todas las técnicas con solo leerlos. Estos manuales, si bien detallaban los materiales y su evolución, no podían enseñar el toque final, ese que dependía de la habilidad y el anhelo del artista.
El crítico de arte inglés, John Ruskin, advertía de los peligros de estos libros, señalando que solo "ayudan a aficionados ociosos a adquirir una destreza espúrea". Según Ruskin, aunque el dibujo podía ser dominado por autodidactas, el color era otra historia: "Colorear bien te exige la vida. No se puede rebajar ese precio." Este pensamiento reflejaba la idea de que la verdadera maestría requería dedicación constante, algo que ningún manual podía ofrecer.
La revolución de los materiales y la accesibilidad
Hacia 1800, los fabricantes de acuarelas producían unos quince colores, pero este número se multiplicó en pocas décadas, llenando el mercado de opciones que podían ser tanto útiles como confusas. Los pigmentos se vendían en pastillas o tubos, y estos últimos se convirtieron en los preferidos por muchos artistas debido a su facilidad de uso y menor coste.
Con la industrialización, los precios de los materiales de pintura bajaron significativamente. Por ejemplo, en 1861, una caja de diez pastillas de colores podía adquirirse por un chelín, un coste diez veces menor que en años anteriores. Esto permitió que más personas se animaran a experimentar con la acuarela, una técnica que requería práctica y cuidado, especialmente en sus primeras fases, donde los errores eran difíciles de corregir.
En Inglaterra, la acuarela era muy popular, lo que llevó a una polémica sobre el uso del blanco de zinc, que permitía obtener colores más opacos y densos, algo similar al gouache. Aunque al principio fue criticado por romper con la técnica tradicional de la acuarela, con el tiempo ganó aceptación, y muchos artistas defendían su uso "con destreza, moderación y discreción".
Herramientas y técnicas: la evolución del arte en papel
Los pinceles favoritos para la acuarela eran los de pelo de marta o ardilla, valorados por su capacidad de absorción y elasticidad. Pero no solo los pinceles eran importantes. Los manuales de la época recomendaban otros utensilios, como tablas, bastidores, salserillas de porcelana o vidrio, y diversas herramientas para corregir errores, como gomas de borrar, papel secante o esponjas.
El papel, como soporte, también evolucionó rápidamente con la revolución industrial. John William North, un acuarelista victoriano, llegó a fundar su propia empresa de papel debido a que no encontraba ningún producto que satisficiera sus necesidades. Mientras tanto, Ruskin recomendaba la cartulina de Bristol como el mejor soporte para acuarelas, citando a William Turner como ejemplo de un artista que empleaba un papel tan duro que le permitía plegar sus bosquejos y guardarlos en sus bolsillos.
En Europa continental, el papel Whatman, producido en Inglaterra, era el favorito de los acuarelistas, a pesar de la existencia de otras marcas en Francia y Holanda. El papel Whatman de 300 libras, en particular, era apreciado porque permitía hacer correcciones sin dañar su superficie.